
Cada ingeniero de telecomunicación vive su propio ciclo, con matices únicos. Este texto propone una mirada amplia y esperanzadora, sin pretender abarcar todas las realidades individuales, pero sí inspirar una reflexión colectiva sobre el propósito y legado de la profesión.
Artículo escrito por Óscar García, coordinador del grupo de trabajo Talento50+ del COIT
La vocación y el descubrimiento
Quizá todo comienza con una elección. A veces impulsiva, otras veces meditada, pero siempre cargada de ilusión. El joven que decide estudiar ingeniería de telecomunicación lo hace con la intuición de que hay algo grande por descubrir.
Cree que todo es tecnología, que lo importante son los dispositivos, los protocolos, los sistemas. Y no se equivoca… pero tampoco acierta del todo.
Ojalá la universidad le enseñara que detrás de cada pensamiento lógico, hay una necesidad humana, y que más allá de las habilidades técnicas, debería haber una formación híbrida en áreas humanísticas, relaciones sociales e inteligencia emocional.
Aun así, el estudiante de teleco aprende a resolver problemas, a trabajar en equipo, a pensar en sistemas complejos. Y cuando llega al mundo laboral, se da cuenta de que la tecnología es sólo una parte del todo. Debe aprender a comunicar, a liderar, a adaptarse.
El crecimiento profesional
El ingeniero junior se enfrenta a la realidad con humildad y entusiasmo. Aprende rápido, se equivoca, corrige, propone. Y poco a poco, con los años, va creciendo, se convierte en referente. Ya no solo ejecuta, sino que planifica, gestiona, diseña estrategias y tácticas. Se convierte en un profesional que entiende el negocio, que conecta con clientes, que aporta valor recreando lo que vendrá.
La vida profesional no es lineal ni uniforme, hay tantas como personas. Hay momentos disruptivos, de incertidumbre, de reinvención. A veces hay que cambiar, emprender, innovar. Otras veces, simplemente, hay que resistir. Y en cada etapa, el ingeniero sigue aprendiendo y aportando. La tecnología avanza, los modelos cambian, los retos se transforman.
El ingeniero, durante su trayectoria, se da cuenta de que nunca debe acomodarse si quiere seguir aportando. La comodidad puede ser el mayor enemigo de la evolución. El bajo nivel de desempleo en el sector ha sido históricamente un motivo de orgullo, pero también puede haber sembrado una actitud complaciente que puede haber limitado la ambición colectiva o social de la profesión.
Comunidad y apoyo colegiado
Por eso, el ingeniero debe mantenerse curioso, activo, conectado. Y cuando necesite apoyo, debe acudir a su Colegio profesional, que no es una torre de marfil, sino una comunidad, un refugio, una fuente de oportunidades. Debe contribuir a construir una fuerza colegiada sólida que le ampare en tiempos convulsos.
El edadismo, por ejemplo, es una realidad dolorosa en todo el ciclo de vida del ingeniero. Muchas empresas ya no entrevistan ni contratan a ingenieros senior. Se desprenden de ellos en EREs de miles de damnificados ignorando su experiencia, su capacidad de adaptación, su valor humano.
Tampoco los ingenieros junior lo tienen fácil: enfrentan la explotación laboral y la falta de formación continua que afiance su plan de carrera. Frente a estas evidentes exclusiones, el Colegio y los propios ingenieros pueden crear Grupos de Trabajo, redes, para apoyarse entre ellos, compartir oportunidades, abrir caminos. La comunidad técnica puede y debe ser solidaria, intergeneracional, resiliente.
Visibilidad y narrativa profesional
Mientras todo esto ocurre, la Sociedad sigue beneficiándose de lo que la profesión ha construido. Desde el despliegue de redes móviles y satelitales hasta el auge del internet de las cosas o la inteligencia artificial, los ingenieros de telecomunicación han estado en el corazón de los avances tecnológicos que hoy damos por sentados.
Verdad es que no siempre han sabido comunicar su valor añadido. Han sido tan eficientes como silenciosos, centrados en la excelencia técnica aunque puedan haber descuidado la narrativa pública. Otras disciplinas con mucha menor transversalidad que la ingeniería de telecomunicación han ocupado en mayor medida el espacio mediático y político. Los telecos, en cambio, quizá no han sabido ecualizar su voz para que se proyecte y no se diluya.
Ha llegado el momento de preguntarse si se quiere seguir siendo una profesión silenciosa pero eficaz, o si ha llegado la hora de reivindicar el papel desempeñado, de luchar por una mayor visibilidad y de construir un relato que inspire a las nuevas generaciones. Porque transformar la Sociedad no solo es una cuestión de tecnología, sino también de propósito, identidad y voz.
Legado y mentoría senior
Cuando el ingeniero llega a la madurez profesional, algo hermoso ocurre: Empieza a devolver lo que ha recibido. Apadrina, guía, inspira… Se convierte en mentor, en modelo, en puente entre generaciones. Su legado no estará solo en los sistemas que diseñó, sino en las personas que ayudó a formar.
Lo bonito es que este ciclo virtuoso no termina con la jubilación, sino que se repite y se multiplica. Cada ingeniero que acompaña a un joven, que comparte su experiencia, que siembra vocación, está prolongando su impacto. Está haciendo que la ingeniería de telecomunicación no sea sólo una carrera, sino una forma de vida que contribuye y da valor añadido al mundo.
La Sociedad necesita ver al ingeniero. No solo como técnico, sino como agente de cambio, como constructor de futuro, como mentor de talento. Necesita reconocer su papel en la conectividad, en la innovación, en la sostenibilidad. Y para eso, necesita contar su historia: mostrar su ciclo de vida y celebrar su legado.
Porque ser ingeniero de telecomunicación también es conectar personas, ideas y generaciones. Es transformar con propósito la Sociedad desde la inteligencia, el conocimiento y el compromiso. Cada generación de ingenieros deja huella y ayuda a la siguiente a dejarla también, porque en la ingeniería de telecomunicación la vocación no se jubila.